Segundas vanguardias
La reacción a la cada vez mayor sobriedad del diseño gráfico
fue lenta pero inexorable. Los orígenes de las tipografías postmodernas se
remontan al movimiento humanista de los años cincuenta. En este grupo destaca
Hermann Zapf, que diseñó dos tipografías hoy omnipresentes Palatino (1948) y
Óptima (1952). Difuminando la línea entre las tipografías con serifa y las de
palo seco y reintroduciendo las líneas orgánicas en las letras, estos diseños
sirvieron más para ratificar el movimiento moderno que para rebelarse contra
él.
Un hito importante fue la publicación del Manifiesto lo
primero es lo primero (1964), que era una llamada a una forma más radical de
diseño gráfico, criticando la idea del diseño en serie, carente de valor. Tuvo
una influencia masiva en toda una nueva generación de diseñadores gráficos,
contribuyendo a la aparición de publicaciones como la revista Emigre.
Otro notable diseñador de finales del siglo XX es Milton
Glaser, que diseñó la inconfundible campaña I Love NY (1973), y un famoso
cartel de Bob Dylan (1968). Glaser tomó elementos de la cultura popular de los
sesenta y setenta.
Los avances de principios del siglo veinte fueron fuertemente
inspirados por avances tecnológicos en impresión y en fotografía. En la última
década del mismo siglo, la tecnología tuvo un papel similar, aunque esta vez se
trataba de ordenadores. Al principio fue un paso atrás. Zuzana Licko comenzó a
usar ordenadores para composiciones muy pronto, cuando la memoria de los
ordenadores se medía en kilobytes y las tipografías se creaban mediante puntos.
Ella y su marido, Rudy VanderLans, fundaron la pionera revista Emigre y la
fundición de tipos del mismo nombre. Jugaron con las extraordinarias
limitaciones de los ordenadores, liberando un gran poder creativo. La revista
Emigre se convirtió en la biblia del diseño digital.